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En dosis moderadas,
deberían estar presentes en todas las dietas ya que combinan fácilmente con los
demás alimentos.
Los frutos secos son
semillas cubiertas por una cáscara más o menos dura, según las especies. Todas
ellas se caracterizan por incluir en su composición pocos hidratos de carbono,
muchas grasas y menos del 50% de agua.
Son de los pocos
alimentos que contienen fósforo, el cual -en este caso- no forma combinaciones
ácidas en el organismo humano. Actualmente, los frutos secos constituyen una
excelente alternativa a las proteínas animales. Las semillas oleaginosas de consumo
más usual son: almendras, castañas, nueces, piñones, avellanas y pistachos,
además de pepitas de girasol, de calabaza y de sésamo.
Hoy en día, en los
países desarrollados es fácil obtener frutos secos precedentes de zonas
tropicales, tales como el anacardo, las pacanas o las nueces del Brasil.
También se puede incluir entre las semillas oleaginosas el cacahuete, que, pese
a pertenecer a la familia de las leguminosas, contiene nutrientes que son muy
semejantes a los del resto de este grupo.
Los frutos secos poseen
nutrientes imprescindibles para el organismo como vitaminas, minerales y
fibras. No obstante su alto contenido en azúcares y grasas ha hecho que muchos
consumidores se nieguen a incluirlos en sus dietas por miedo a incrementar
demasiado el número de calorías ingerido. Endocrinos y expertos en nutrición de
todo el mundo reconocen que los frutos secos son muy buenos para el organismo,
"siempre que no se abuse de ellos.[5]
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